miércoles, 3 de diciembre de 2008

AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS...


Si el poeta nos regaló aquello de “Mi infancia son recuerdos de un patio sevillano”, la mía fue un plácido trasiego por algunas calles no asfaltadas de una Coslada que aún estaba por hacer. En un periodo convulso, donde dictadores morían plácidamente en su cama y el ansia de un futuro en democracia, alejada del pasado y de la muerte, se colaba en las conversaciones de españolitos que, según nostálgicos amnésicos, confundíamos libertad con libertinaje.


La nocilla o el chopped de las tardes se mezclaba con la tele en blanco y negro, donde veíamos partidos de fútbol en los que imaginábamos el verde del césped y celebrábamos la clasificación de España para el Mundial de Fútbol de Argentina, en el Pequeño Maracaná de Belgrado, a pesar de algún que otro certero botellazo por parte de un yugoslavo con mal perder.


Cuando repaso esos instantes, siempre los recuerdo grises y oscuros, casi siempre son recuerdos vinculados al invierno. Pero son felices, muy felices, porque la vida pasaba frente a mí y yo lo observaba todo con ojos nuevos, con una mirada inocente que no detectaba dobleces y para la cual todo era sencillo, muy alejado de complicaciones. La vida era un divertido puzzle donde las piezas que nos faltaban las cubríamos con magia y donde no llegaba la magia, con amargos jarabes que sonaban a “cosas de mayores” o “los niños ver, oír y callar”.


Y todos esos recuerdos viven en Coslada, una ciudad que en poco o nada se parece a la actual, una ciudad que, como la tele, veíamos y nos veía en blanco y negro. Una ciudad que nacía como tal desordenadamente, mezclando barro con asfalto y calles de insignes doctores o avenidas de un tal José Antonio. Una ciudad por donde pasaba un tren gris que no sabíamos ni de donde venía, ni hacia dónde iba. Pero ahí estaba, testigo mudo y reflejo fugaz de lo que éramos, lo que en parte, aún seguimos siendo.


Estamos celebrando el trigésimo aniversario de nuestra Constitución y no puedo evitar mirar hacia atrás para valorar el tremendo esfuerzo que una generación realizó para cambiar el rumbo de un país sediento de libertad, atenazado por su pasado y siempre soñando con futuros en paz. Y aunque las dificultades presentes pueden nublar en parte nuestro recuerdo, siempre es conveniente recordar de dónde venimos y las distintas dificultades que afrontamos y vencimos, el ingente esfuerzo de nuestros padres por regalarnos un mañana mejor en un país absolutamente mejor al que ellos recibieron.


Algunos dicen que la vida es un continuo retorno a la infancia, que la verdadera patria son los días y los sitios que vieron como descubrimos el mundo. Quizás. Y como en mi infancia y en mi vida, siempre me preguntaré el porqué de cuanto no entendía o no entiendo, el sentido de las cosas que carecían o carecen de él. Y ya, en su día, descubrí que el verdadero poder le pertenece a quien tiene las respuestas, no a quien hace las preguntas.

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